sábado, 3 de octubre de 2009

Troglodismo, tránsito y Tarzán de Los Monos


Por Heriberto Garcia Lara

El salvajismo es lo que impera en el tráfico en la República Dominicana, que es un caos, un desorden, un libertinaje, un tiguerraje, un pendemonium, un troglismo, en fin, un mayúsculo desastre, que es cada vez mayor con el crecimiento acelerado del parque vehicular, la construcción de elevados, túneles, ampliación de avenidas y carreteras y el aumento vertiginoso e hipertofiado demográfico del país.



En vez de mejorar, el tránsito empeora cada vez más en la ciudad de Santo Domingo, el Distrito Nacional, la provincia de Santo Domingo y el territorio nacional.





La ley de la fuerza, de la violencia, del vivo, del guapo, del come gente, del matatán, del que está pagao, del que tiene influencia política, social, de dinero y de otras índoles, es lo que impera entre los conductores y en las vías públicas; no la Ley 241 sobre Tránsito, ni las normas, ni las reglas.



Las violaciones a la ley de tránsito están a la orden del día, de cualquier hora, donde quiere y como quiere. Es un relajo lo que hay. No se respeta a las autoridades.



Lo bárbaro del caso es que el desorden y las infracciones en el tránsito ocurren en presencia de los agentes de la Autoridad Metropolitana del Transporte (Amet) y de cualquiere autoridad encargada de poner el orden, aplicar y hacer cumplir la ley.



Se cruzan en rojo los semáforos pese a la orden de pare, sin importar el peligro y a la vista de los agentes de la Amet. Se hacen revases temerarios por la derecha, izquierda, cualquier lado y el más mínimo espacio que se le deje a un conductor. Se vale transitar por donde quiere y como quiere, sin control; da lo mismo una calle de una que de doble vía. El conductor se estaciona y se deteniene donde le dé su mal…no, no, no, quise decir su real y bendita gana.



Las violaciones e imprudencias las cometen conductores y choferes de vehículos públicos, privados, del Estado, de autoridades, motores, en fin, de todos los sectores. Jóvenes, adultos, viejos y todo el mundo están irrepetando la Ley de Tránsito 241. En el tránsito en la ciudad de Santo Domingo, en el Distrito Nacional, en la provincia de Santo Domingo y el país, no se maneja ni se conduce sino que que se echa carrera.



Hay conductores y choferes que andan desesperados, llevandose el otro por delante, tirándole el vehículo encima, y si es un vehículo grande, el abuso es mayor.



Cada vez más se está conduciendo de manera acelerada y atropellada. Impera un afan de vida en el tránsito. Todos los choferes y conductores quieran estar como el 809: alente, alente. El individualismo anda sobre ruedas en las calles, avenidas y carreteras del territorio nacional. Choferes y conductores transistan como un zeppelín, como la jonda del diablo, a toda máquina, a toda prisa, como alma que lleva a lucifer, sin pararle ni importarle nada.

Lo grave de este problema del tránsito es que hay autoridades, a todos los niveles, que contribuyen al caos y al desorden en el tráfico, cometiendo violaciones e infraciones, como el caso de algunos de los autobuses de la Oficina Metropolitana de Servicios de Autobuses (OMSA) que cruzan los semáforos en rojo y circulan a una velocidad temeraria, excesiva, alta, pero muy alta, tan alta, que en tres ocasiones me revasaron tan rápido que pensé que era un carro de carrera o un cohete del Kennedy Center Space (La Nasa).



Y de ñapa dizque para descongestionar y agilizar el tránsito, los agentes de la Amet sostutiyen los semáforos inteligentes en avenidas concurridas, que junto a vendedores, pedigueños y lavavidrios, complicando todavía más el cavernario tráfico. Súmele a estos los motoconchistas, motores, bicicletas, carretas, motonetas, guaguas voladoras y otras dificultades más.



Sólo basta ver cuando se arma un tapón en una esquina por la salida de servicio de un semáforo o por cualquier otra causa. Nadie quiere dejar pasar al otro. La fuerza de la brutalidad, de animalidad y de la barbarie se impone sobre la razón, la educación y el sentido común. Se forma un tremendo lío donde todos los conductores quieren pasar al mismo tiempo. Aquello es como para reirse, o tal vez, como para llorar, pero de importencia. ¡Cuánta arbitrariedad!.



Para salir a conducir a las calles de la ciudad de Santo Domingo, el Distrito Nacional, la provincia Santo Domingo y el país hay que prepararse para estresarse. Hay que persignarse, vertirse de paciencia, yo no sé si de la Job, o de la de quien. Tal vez entregarse a la divina providencia, a la suerte, al azar, a la casualidad, a lo que coja mi bón.



Ante esta mezcla en el tránsito de barbarie, civilización y salvajismo, que se incrementa cada vez más, donde impera la fuerza por encima de la razón, sin que haya orden ni control por las autoridades, para conducir habrá que comprarse un troncomóvil de los Pedro Pica Piedra, un camión tanquero como el del NBA, Karl Malone, una armadura como la Don Quijote de la Mancha o vertirse uno de Superman, Batman, El Hombre de Piedra o Flash, de la serie de Los Cuatro Fantástico, o del Rey de la Selva: Tarzán de los Monos.



En buen dominicano y en legua coloquial, el competitivo tránsito en la República Dominicana es de ¡Sálvase quien pueda!, que esto se jodió.