|
||
-Nuestro
mejor homenaje a Luis Días sería evitar su sacralización, mantenerlo alejado
del poder que combatió con sus canciones-
Por: Alfonso Torres
|
||
Luis (El Terror) Días entró en otra dimensión el martes 8 de
diciembre de 2009 a las 10:40 de la mañana. La muerte es pasar de un estadio
a otro, es liberación del cuerpo, irrupción de lo desconocido. Para los
artistas verdaderos la muerte no es más que una metáfora existencial.
A sus 57 años El Terror era un noctámbulo de la zona colonial
testigo de un tiempo que ya estaba dibujado en sus composiciones. Nadie como
él desafió la muerte, la noche terrorífica del último cuarto del siglo 20
dominicano, con su lírica estremecedora, su irreverencia, sus acordes
exóticos tan lejanos y tan cercanos de nuestra cultura popular.
Maestro del rock, acólito de Jimmy Hendryx, de la estirpe de
Bob Dylan su música rebasó mares y fronteras para asirse al universo de los
grandes.
Cuestionó el poder en sus raíces, nunca se plegó a los bufones
de la cultura oficial y mantuvo hasta el último minuto de aliento su apego al
máximo valor de su vida: la absoluta libertad.
“Dicen que Liborio ha muerto/Liborio no ha muerto ná/Lo que pasa
con Liborio/E que no como pendejá”, cantábamos a coro con El Terror en sus
conciertos que fueron una marca país para la juventud que combatió los
desmanes de Balaguer y de sus matones.
Para entonces El Terror con su Transporte Urbano era la
expresión de una generación en búsqueda de modelos universales de vida que
pudieran conectarse con lo propio, con nuestra riqueza musical de origen
africano que había sido relegada por la cultura dominante.
El Terror se hizo ícono del arte popular contestatario en plena
dictadura balaguerista, durante los 12 años, cuando la sangre de los jóvenes
abonaba las esquinas y las cárceles eran el lugar más seguro para los
“revoltosos”, a esos a quien Luis elevó a la condición de héroes.
Tras la derrota de Balaguer y la llegada del “partido del
pueblo y la libertad” al poder, El Terror fue uno de los primeros
desencantados de los gobiernos perredeístas, por lo que, también
incomprendido y criticado por una izquierda partidaria de escasas luces
culturales, se marchó del país a hacer música en otras latitudes, adonde
entró en contacto con movimientos musicales de vanguardia en los guetos de
Nueva York. Allí tenía lugar, durante los tiempos finiseculares, una
avalancha de fusiones rítmicas de las que El Terror nutrió su talento y su
creatividad.
Luis Días hizo que trascendieran la barrera del tiempo
histórico personajes míticos como Olivorio Mateo, o campesinas humildes como
Mamá Tingó. Eternizó al chulo del barrio y a las trabajadoras sexuales de la
parte alta de la capital porque conocía el meneo que por entonces desembocaba
en la Marisol, espacio de la madrugada muy próximo al cementerio de la noche.
La prehistoria de Luis Días está en los años setenta, en
Convite, en la UASD, en sus investigaciones de campo en zonas rurales y de bateyes
donde encontró los elementos y los insumos que le permitieron convertir en
música tocada y cantada en clave universal la amplia gama de variedades y
registros del folclor criollo. La urbanidad moderna del país es, desde un
punto de vista cultural, impensable sin los aportes investigativos y
musicales de El Terror Días.
Transporte Urbano lo catapulta como el padre del rock en
español de la República Dominicana. El carrito gris de la policía todavía
azota a los jóvenes ahora tatuados y despeinados representantes de una
generación que El Terror prefiguró. Fue el más rebelde de su tiempo, atacado
y rechazado por una clase acomodada y acorralada en una moral burguesa a la
que desafió con su propio cuerpo convertido en música y placer. “Los placeres
van acabar conmigo”, retumbaba cuando uno de sus concierto entraba en calor.
Salve, sarandunga, congo, mangulina, merengue, bachata… ningún
ritmo vernáculo escapó a la guitarra rockera de ese corredor de maratones,
bebedor iracundo, contador de cuentos coloraos, bufeador de las esquinas,
defensor como el que más de los derechos humanos y de las luchas por un mejor
vivir de los sectores populares.
Puede decirse que Luis Días, como las grandes figuras del arte
universal, fue desconocido para amplios fragmentos de jóvenes de generaciones
posteriores. Su vasto repertorio se encuentra en el anonimato, un arsenal por
descubrir que nos queda como legado trascendente.
Los placeres van a acabar conmigo es un tema autobiográfico
que retrata fielmente la vida de este gigante de la música, quien realizó las
más heterodoxas mezclas rítmicas, las más enervantes fusiones de nuestras
melodías, las más exquisitas letras alusivas a nuestro ser cultural.
La juventud de este tiempo tiene en Luis (El Terror) una
referencia sin igual, una luz por donde buscar nuevas aventuras espirituales
y musicales, una inspiración rebelde, una irracionalidad indoblegable.
Nuestro mejor homenaje a Luis Días sería evitar su
sacralización, mantenerlo alejado del poder que combatió con sus canciones,
esparcir sus cenizas entre las yerbas, los matorrales y el mar para que a
nadie se le ocurra celebrarle una misa de santo difunto, tornarlo creyente o
despojarlo de eso que era su condición natural: su cuestionamiento visceral a
todo lo que representa dominación.
El autor es periodista
|
viernes, 9 de diciembre de 2011
“Los placeres van acabar conmigo”
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario