Tomaba unos shots de tequila y Miguel Elías
Candelario no sabía cómo fue a parar a ese bar ni por qué se llamaba así.
Lázaro Santana el cantinero y también
dueño del local cambia de la consola un LP de Black Sabbath por uno de Mongo
Santamaría, para iniciar con una historia un tanto turbia.
Martín Metré Silíe era un haitiano criado
en un barrio dominicano por una pareja de refugiados cubanos del régimen
inoportuno de los Castros. De sus padres adoptivos aprendió la santería y la
comunicación con las deidades hasta en la adultez volverse sumo sacerdote de la corte Yoruba de Papá Bocó. Virgen a los
40 por no cometer sacrilegio y brujo rezador del altar de Santa Marta en una ermita
del cementerio de la Máximo Gómez, a pocos metros de las fosas comunes que
colindan con la avenida Pedro Livio Cedeño, frente al cementerio hebreo.
Hastiado de una hinchazón testicular
producto de toda una vida de abstinencia, invoca a la reina dominadora de
serpientes para que fuera a copular en cuerpo astral producto de un convenio
sustentado entre Jehová y Satanás. Le mete su enorme mamba negra a la “santa” prieta por
su caverna para inocularle su guardado veneno mundano y embarazarla en
fracciones de segundos, cuyo período de gestación en vez de tardar nueve meses
se redujo a nueve minutos, dando como resultado el parto de una hermosa niña
rubia (paradójico entre una pareja de rasgos etíopes). Fue entregada en
adopción al matrimonio Santiago, una infértil pareja adinerada de la provincia
homóloga que pagó por el trabajo, evitando robarse una carajita de alguna
maternidad para no ser desacreditados por las cámaras de seguridad.
21 años después Anaísa Santiago era una
elegante y llamativa chica caucásica, en pocas palabras su presencia de
semidiosa (híbrido entre mortal y deidad) atraía hasta a los misóginos y
homosexuales. Vino a la capital a estudiar economía desde el Cibao por una beca
que obtuvo tras practicarle siete felaciones ininterrumpidas a un influyente
religioso protestante que decidió mediar ante su causa, ya que sus miserables
padres adoptivos lo perdieron todo tras gastar en costosas dietas vegetarianas
y diezmarlo en ofrendas, luego de su transición del ocultismo al budismo hasta
pasarse al cristianismo.
Gregory Hernández recién salía de una
fraternidad rosacruz cuando decidió inclinarse hacia la santería, creyendo que
los misterios les revelarían el amor de su vida. ¡Hijo de puta!... ¿por qué la
miras fijamente?, ¿por qué es blanquita con culo?, le decía Martín a Gregory
frente al altar de Santa Marta, mientras degollaba una gallina negra y se
fumaba un pachuché para lanzar unas monedas en una plataforma llena de velas
con una higüera en cuyo interior había moro de habichuelas negras con arenque
rancio como agasajo de reverencia. Absorto de la realidad no le despegaba la
vista a la muchacha que esperaba un carro público para ir a casa de una amiga a
hacer una tarea en grupo (quizás una lésbica orgía universitaria).
Brincó la cerca del camposanto y la hizo
desistir de sus responsabilidades académicas para llevarla al cine a ver La
Gunguna de Ernesto Alemany. Después de “jartarla” de Hot Dogs, Pop Corn y
refresco rojo se le declaró que estaba “afixiao” como un perro. Al diablo con la
beca y con la uni, la tipa no podía vivir en casa de la obesa tía católica que
sólo hacía tres cosas; Ir a misa con un muslo de pavo frito en la mano,
maldecir al infiel de su marido que no salía de una corrupta juerga y tirarse
pedos mientras rezaba el rosario. Por lo tanto se aprovechó de la desesperación
del joven para amarrarlo e hizo que la mudara en una destartalada pieza de un
decadente barrio, mientras él trabajaba en una tienda de accesorios de pesca y
ella se quedaba pescando los chismes del callejón y el humo de la marihuana que
se fumaban los vagos mozalbetes.
Las mediocres vecinas le llenaron la mente
de disparates hasta transmutarla de niña de familia a chapeadora corriente.
Gregory trabajando como un burro (pues por su ingenuidad era eso) y Anaísa
encendida con los poderes, tragando pitones con todo y cascabeles por 500
pesos, un perfume de agua de rosa o una colorida blusa de paca. Pasó un año y
el buen hombre seguía creyendo vivir con la mujer más fiel del planeta, sin
entender por qué cada vez que pasaba por el colmadón de la esquina los tígueres
subían a todo volumen El Venao de Ramón Orlando.
Ambos tuvieron un hermoso hijo al cuál
declararon como Rito Índigo Hernández Santiago y la tarde de un viernes 13
cualquiera, Gregory lo llevó donde Martín para a sus 13 meses bautizarlo con
sangre de Jicotea.
-No jodas con ese muchacho, mejor
abandónalo, no es tu hijo sino de Christian de Dios alias “Rompe Sarah Guey” el
capo más aclamado del barrio, el cuero de tu mujer metía mano con él mientras
tú te jodías la columna cargando pesados paquetes de cañas de pescar.
Salió desconcertado, dejó el pequeñín en
manos del brujo y aceleró su recién comprado cacharro para ir directo al billar
del narcotraficante, al cual sin mediar palabra le atravesó la cabeza con
entrada por el ojo izquierdo usando un arpón para cazar ballenas dentro de su
oficina, luego de engañar a sus guardaespaldas fingiendo asistir a una
entrevista de trabajo para cubrir una vacante disponible en punto. Tras el
asesinato cometido sale como si nada, sin levantar sospechas del crimen macabro.
Finalmente llega a su casa y con unas
yardas de hilo de nylon estrangula a Anaísa, luego de mentirle al decirle que
al hijo de ambos lo arrojó al mar como alimento a los tiburones por ser
producto de un cuerno. Concluye Lázaro su oscura y confusa narración en el bar
The Daughter of Santa Marta ubicado en 21th Division Avenue esquina Florida
Water del suburbio de Loas Town en New Orleans.
-Buena historia cantinero, pero de hecho su
nombre no es Lázaro más bien Gregory.
-¿De dónde sacas semejante barrabasada
muchacho?
-No te fíes de coyotes devotos de la Santa
Muerte, ellos también me dieron una falsa identidad para alcanzar el american
dream.
En ese preciso momento sacó un puñal cuyo
mango simulaba la aleta dorsal de un tiburón y se lo hundió en el corazón,
mientras le susurraba al oído:
-Esto fue por lo que le hiciste a mi madre.
Espero te folles a Ánima Sola en el infierno.
Meses antes envenenó a Martín con veneno de
cobra tras leer en su diario personal el siguiente fragmento:
-“Provoqué el asesinato de Anaísa Santiago
manipulando a su amado, porque Santa Marta pidió a su hija de regreso luego de
los Santiago traicionar su devoción por seguir otras doctrinas. Yo asumiré la
responsabilidad de criar a mi nieto”.-
Lo más irónico del caso es que el tal
Christian nunca estuvo con Anaísa y que
los demás hombres que se enrredaron con tal víbora, jamás llegaron a penetrarla,
puesto que a todos sólo les hizo el juego de garganta profunda por un asunto de
lealtad a su cónyuge quien fuese el primero y único en romperle el himen.
Entonces, ¿a quién rayos fue que Miguel mató de una estocada?...
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