jueves, 21 de junio de 2018

Labor de abejas




Por: David Frías (El Barón del Lado Oscuro)

Esa tarde el sol estaba radiante pero agresivo, un calor que no tenía madre y las calles de Santo Domingo hechas hoyos y zanjas, era la cirugía moderna y encarnizada del metro.


También en la mañana se había grabado en mi memoria la película sin guion ni pantalla, aquella imagen cruda en la que un simple gusano de la basura se debatía luchando una y otra vez contra un ejército de hormigas hambrientas, bobas para los humanos, pero en su mundo subterráneo perfectas asesinas.

Volviendo a la infernal tarde paradisíaca, la guagua en que yo iba se ha desviado por la Tiradentes con Alma Mater, el olor de los viejos arboles, el transito estudiantil de la Uasd y en un muro la imagen de mi amada embarazada (raro, pero propenso a suceder). Felicidad efímera o pasajera, llevar en el asiento del lado una bella rubia (tal vez promiscua, pero encantadora), su marcha justa y repentina haber llegado a su destino. Sin pasar dos segundos se monta en el vehículo una turba de gente, díganse entre ellos haitianos, viejas gordas, militares y otros fenómenos de la sociedad civil, ¿dije fenómenos?, ¿verdad que si? Lo que más intriga pudo haberme causado, fue aquel personaje que se sienta justo en el mismo lugar en que estaba la rubia.

Era un hombre alto y delgado, el típico mulato claro del Caribe y el reflejo explicito de una sencillez magisterial. Además tenía una apariencia risueña que se reflejaba en una tímida sonrisa infantil y femenina. Bajamos por la José Contreras hasta detenernos en medio de un tapón en la intersección con Abraham Lincoln, frente a una librería había un parque con aspecto de bosque en el cual estaba la estatua de Abelardo Rodríguez Urdaneta (un mártir que agonizaba).

Aquella pieza de bronce y níquel, parecía estar bañada en mermelada, pues en su centro se agrupaban cientos de abejas hasta formar un enjambre. Desde el vidrio de la ventana del autobús, señalo la excéntrica imagen y aquel individuo de una manera risible, lanza una débil carcajada y se refugia en un matiz melancólico.
Al llegar a la Correa y Cidrón, el hombre compra cuatro paquetes de galletas de coco, de las de dos por cinco pesos. Sus dientes la trituran inmisericordemente, mientras el cracking proveniente de su boca ensordecía mis delicados y agudos oídos.

Por fin me detuve en la parada de la Independencia, casi llegando a la Núñez de Cáceres. Abordé una Omsa del corredor Los Ríos (con aire acondicionado, ya que hay que contradecir al clima), le pasé 10 pesos a la antipática cobradora, hasta perderme en la multitud o mejor dicho en ese mar de estereotipos: Católicos, ateos y evangélicos; Blancos, negros e híbridos; Greñuses y mujeres de todo tipo, ¿verdad que he dicho mujeres? –Claro que sí, es relativo- . Sentada en un asiento amarillo, hablaba más que un loro o una anciana de patio, casi profesional y con un coro de lambones que no la soltaban en banda, dizque adoraba a la virgen (aunque ella no era virgen, tal vez lo supe cuando mi venenosa lengua rozó su vagina hedionda a orina de mono en uno de mis viajes astrales materializándome como incubo), se confesaba con el reverendo, sin embargo toda desgracia ajena le causaba gracia.

Era sinónimo de lo que la cultura dominicana reconocía como “cuero”. Sus ojos claros y saltarines me hipnotizaron hasta desterrarme del contexto. Una vez en Quita Sueño de Haina el señor sonriente retornaba a su casa, a su barrio y a su razón elemental. Se detiene en un colmado a ingerir cervezas, de repente llega una especie de herbolario o vendedor naturista y este le compra una extraña miel más dulce que la de Horacio Quiroga, elaborada en una zona rural de Guatemala por una colonia de abejas asesinas, las cuales en el 2001 acabaron con la vida de un infante en esa localidad.

Un par de grados de alcohol y hormonas “himenópteramente” agresivas, encendieron su sangre como candela y cada gota de adrenalina como agua hervida, sin pertenecer al orden artiodáctilo en el vecindario todos le apodaban el venado, acompañado de la popular frase de que nadie muere “motón”.

Al llegar a su humilde vivienda techada de zinc, cuyos blocks de la base y la zapata los edificó tras el tedioso y riguroso esmero de educar a un grupo de  adolescentes rebeldes en el Liceo Unión Panamericana y falsificar documentos, descubre que su esposa le era infiel con un tíguere de por ahí mismo. Sin mediar palabras saca del gabinete de su cocina un machete amolado y arremete contra los adúlteros, hasta dejarlos flotando en un charco de sangre y dos vástagos en la orfandad (un varón de siete años y la otra de tres). Puede decirse en la orfandad porque tras los barrotes él se convierte en un muerto en vida.

Lo vi todo por televisión y en el periódico pude leer la trágica noticia y ver su fotografía portando esa sencillez que servía como disfraz de una virilidad  errónea. Al otro día en el pavimento no se podía ver  ni un rastro de los restos del gusano, ¿gano la contienda a las hormigas o lo llevaron a su cueva, adonde serviría como alimento a la llegada del invierno?, la greda sellaba los huecos de Leonel y Diandino, para dar a luz a los subway, y ya no habían tantas abejas sobre el monumento, ni mucho menos chicas bellas en el transporte público, solamente putas seniles con estrías y celulitis.
Sentenciado en una helada y solitaria celda estaba él, recordaba el día que conoció a esa mujer india y de pelo lacio, cuyo cuerpazo era envidiado hasta por las modelos de pasarelas. La conoció en una discoteca, mientras bailaban al son de Zacarías Ferreira, cuyas letras de sus canciones fueron la musa de su hazaña macabra. Refugiado en Kant, Shaspeare, Baudelaire y Allan Poe, podía imaginarse de que panal habían sacado la cera para fabricar los cirios y las velas con que iluminaron los velorios de sus víctimas.

Soy libre como una abeja, -gracias a Dios-, puedo volar picando de flor en flor y absorber el néctar de los pezones de las chicas que me siguen, como aquella presumida del autobús con aire, que sumerge un hisopo en la famosa miel de rosas para lubricar su clítoris en nuestra coherente noche de sueños árabes. Por otro lado él está ahí como un muzú o espantapájaros, culpable y con cadena perpetua, sus pensamientos tronchados (probablemente asesor presidencial o titular de la secretaría de educación), actualmente subalterno del preboste, lacra de la moral anti espiritual y asesino involuntario. En el armario guardaría vestidos, maquillajes y pelucas (nadie se salva) mientras jóvenes atracadores, matones de barrio, microtraficantes y violadores inescrupulosos terminen por suplantar a su amada desaparecida.

-FIN-

Esta historia fue originalmente editada a finales de septiembre del 2007 y publicada en 2011 en el periódico de sátira digital PaLocos…

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