viernes, 13 de octubre de 2017

The Daugther of Santa Marta




Tomaba unos shots de tequila y Miguel Elías Candelario no sabía cómo fue a parar a ese bar ni por qué se llamaba así. Lázaro Santana el cantinero  y también dueño del local cambia de la consola un LP de Black Sabbath por uno de Mongo Santamaría, para iniciar con una historia un tanto turbia.


Martín Metré Silíe era un haitiano criado en un barrio dominicano por una pareja de refugiados cubanos del régimen inoportuno de los Castros. De sus padres adoptivos aprendió la santería y la comunicación con las deidades hasta en la adultez volverse sumo sacerdote  de la corte Yoruba de Papá Bocó. Virgen a los 40 por no cometer sacrilegio y brujo rezador del altar de Santa Marta en una ermita del cementerio de la Máximo Gómez, a pocos metros de las fosas comunes que colindan con la avenida Pedro Livio Cedeño, frente al cementerio hebreo.

Hastiado de una hinchazón testicular producto de toda una vida de abstinencia, invoca a la reina dominadora de serpientes para que fuera a copular en cuerpo astral producto de un convenio sustentado entre Jehová y Satanás. Le mete su enorme mamba negra a la “santa” prieta por su caverna para inocularle su guardado veneno mundano y embarazarla en fracciones de segundos, cuyo período de gestación en vez de tardar nueve meses se redujo a nueve minutos, dando como resultado el parto de una hermosa niña rubia (paradójico entre una pareja de rasgos etíopes). Fue entregada en adopción al matrimonio Santiago, una infértil pareja adinerada de la provincia homóloga que pagó por el trabajo, evitando robarse una carajita de alguna maternidad para no ser desacreditados por las cámaras de seguridad.

21 años después Anaísa Santiago era una elegante y llamativa chica caucásica, en pocas palabras su presencia de semidiosa (híbrido entre mortal y deidad) atraía hasta a los misóginos y homosexuales. Vino a la capital a estudiar economía desde el Cibao por una beca que obtuvo tras practicarle siete felaciones ininterrumpidas a un influyente religioso protestante que decidió mediar ante su causa, ya que sus miserables padres adoptivos lo perdieron todo tras gastar en costosas dietas vegetarianas y diezmarlo en ofrendas, luego de su transición del ocultismo al budismo hasta pasarse al cristianismo.

Gregory Hernández recién salía de una fraternidad rosacruz cuando decidió inclinarse hacia la santería, creyendo que los misterios les revelarían el amor de su vida. ¡Hijo de puta!... ¿por qué la miras fijamente?, ¿por qué es blanquita con culo?, le decía Martín a Gregory frente al altar de Santa Marta, mientras degollaba una gallina negra y se fumaba un pachuché para lanzar unas monedas en una plataforma llena de velas con una higüera en cuyo interior había moro de habichuelas negras con arenque rancio como agasajo de reverencia. Absorto de la realidad no le despegaba la vista a la muchacha que esperaba un carro público para ir a casa de una amiga a hacer una tarea en grupo (quizás una lésbica orgía universitaria).

Brincó la cerca del camposanto y la hizo desistir de sus responsabilidades académicas para llevarla al cine a ver La Gunguna de Ernesto Alemany. Después de “jartarla” de Hot Dogs, Pop Corn y refresco rojo se le declaró que estaba “afixiao” como un perro. Al diablo con la beca y con la uni, la tipa no podía vivir en casa de la obesa tía católica que sólo hacía tres cosas; Ir a misa con un muslo de pavo frito en la mano, maldecir al infiel de su marido que no salía de una corrupta juerga y tirarse pedos mientras rezaba el rosario. Por lo tanto se aprovechó de la desesperación del joven para amarrarlo e hizo que la mudara en una destartalada pieza de un decadente barrio, mientras él trabajaba en una tienda de accesorios de pesca y ella se quedaba pescando los chismes del callejón y el humo de la marihuana que se fumaban los vagos mozalbetes.

Las mediocres vecinas le llenaron la mente de disparates hasta transmutarla de niña de familia a chapeadora corriente. Gregory trabajando como un burro (pues por su ingenuidad era eso) y Anaísa encendida con los poderes, tragando pitones con todo y cascabeles por 500 pesos, un perfume de agua de rosa o una colorida blusa de paca. Pasó un año y el buen hombre seguía creyendo vivir con la mujer más fiel del planeta, sin entender por qué cada vez que pasaba por el colmadón de la esquina los tígueres subían a todo volumen El Venao de Ramón Orlando.

Ambos tuvieron un hermoso hijo al cuál declararon como Rito Índigo Hernández Santiago y la tarde de un viernes 13 cualquiera, Gregory lo llevó donde Martín para a sus 13 meses bautizarlo con sangre de Jicotea.

-No jodas con ese muchacho, mejor abandónalo, no es tu hijo sino de Christian de Dios alias “Rompe Sarah Guey” el capo más aclamado del barrio, el cuero de tu mujer metía mano con él mientras tú te jodías la columna cargando pesados paquetes de cañas de pescar.

Salió desconcertado, dejó el pequeñín en manos del brujo y aceleró su recién comprado cacharro para ir directo al billar del narcotraficante, al cual sin mediar palabra le atravesó la cabeza con entrada por el ojo izquierdo usando un arpón para cazar ballenas dentro de su oficina, luego de engañar a sus guardaespaldas fingiendo asistir a una entrevista de trabajo para cubrir una vacante disponible en punto. Tras el asesinato cometido sale como si nada, sin levantar sospechas del crimen macabro.

Finalmente llega a su casa y con unas yardas de hilo de nylon estrangula a Anaísa, luego de mentirle al decirle que al hijo de ambos lo arrojó al mar como alimento a los tiburones por ser producto de un cuerno. Concluye Lázaro su oscura y confusa narración en el bar The Daughter of Santa Marta ubicado en 21th Division Avenue esquina Florida Water del suburbio de Loas Town en New Orleans.

-Buena historia cantinero, pero de hecho su nombre no es Lázaro más bien Gregory.

-¿De dónde sacas semejante barrabasada muchacho?

-No te fíes de coyotes devotos de la Santa Muerte, ellos también me dieron una falsa identidad para alcanzar el american dream.

En ese preciso momento sacó un puñal cuyo mango simulaba la aleta dorsal de un tiburón y se lo hundió en el corazón, mientras le susurraba al oído:

-Esto fue por lo que le hiciste a mi madre. Espero te folles a Ánima Sola en el infierno.

Meses antes envenenó a Martín con veneno de cobra tras leer en su diario personal el siguiente fragmento:

-“Provoqué el asesinato de Anaísa Santiago manipulando a su amado, porque Santa Marta pidió a su hija de regreso luego de los Santiago traicionar su devoción por seguir otras doctrinas. Yo asumiré la responsabilidad de criar a mi nieto”.-


Lo más irónico del caso es que el tal Christian nunca estuvo con  Anaísa y que los demás hombres que se enrredaron con tal víbora, jamás llegaron a penetrarla, puesto que a todos sólo les hizo el juego de garganta profunda por un asunto de lealtad a su cónyuge quien fuese el primero y único en romperle el himen. Entonces, ¿a quién rayos fue que Miguel mató de una estocada?...

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