jueves, 21 de junio de 2018

Cecilia y Yo




Por: David Frías (El Barón del Lado Oscuro)

Antes de yo nacer mis padres pensaron en llamarme Diana Cecilia en caso de que hubiese sido hembra, pero mi madre cambio de idea y le pidió a Dios con mucha devoción que no le diera una hija, pues de lo contrario hubiese sido puta, morena seductora y enredadora.


En el periodo de gestación y nueve meses adentro del útero, mis órganos sexuales terminaron por desarrollarse, evitando caer en la tentación de ser andrógino. Por fin veo la luz al final del tunel, he nacido hombre y el resto de la infancia transcurrió entre soldados de plástico, obsesión por mujeres viejas, Súper Mario Bros, las piezas de Lego, juegos nocturnos y bullying a otros niños necios, condensado y añadido a los Arcade, la feria mecánica, el zoológico y los helados Bonao con sabor a manteca cibaeña.

Después viene la pubertad con las primeras masturbaciones a nombre de una perra vagabunda en el Ensanche Luperón (hoy día predicadora con tetas de silicona) y de una mujer adultera y pelirroja llamada María, que estuvo presa en la cárcel de Salcedo por posesión de estupefacientes (leer los disparates cotidianos de la prensa no está de más para fantasear). No cabe duda que el escozor del glande ardía como el infierno y el semen era puro y con olor a peligro de caer en trampa de féminas.

El mucho acosar a chicas malas y las constantes jumas de fin de año, me dieron a entender que en la sencillez fluyen las ideas de progreso. En vez de un materialismo platónico y mezclado, necesitaba un amor verdadero que irradiara esa paz, esa pureza y esa sinceridad muy similar a la de Say Babba, Gandhi o la Madre Teresa de Calcuta.
 
Mis ojos lo descubrieron viendo la telenovela brasileña de Animal Salvaje (Bicho do Mato), Cecilia “La Protagonista”, me gustaba al igual que el dulce de Jagua y descodificar “Final Destination 3”. Sus ojos verdes, labios de dama de las rosas y el pan milagroso ceñido en sus jeans me mataban en un frenesí de flores y gansos de colores.

La ciencia no inventa pero acierta, copiar DVD es maña de piratas pero a la vez nos salva. Grabé el capítulo en que dejo a Emilio y amaneció con Yuba en la playa, procesado desde una latop y reproducido a mi sucesión del cine en casa, pongo una escena de ella sola y la dejo frisada en stop, procedo a retirar el cristal de la televisión, entro y la saco de ese mundo abstracto y onírico.

Muchos cubos con agua, cables cruzados como los que se cruzan por mi cerebro y la famosa respiración boca a boca, bastaron para hacerla recobrar el conocimiento.

Era difícil mantener una mujer bella al extremo, en una ciudad desconocida como Santo Domingo, pero se podía. No tuve más que ingeniármelas para engañar a mi ingenua familia, haciéndoles creer  que por mi antibeatismo un ángel cayó del cielo para hacerme encontrar el camino de la redención.

Dominaba perfectamente el idioma español, pues todo lo que le quedaba de portugués se fue al carajo en el doblaje televisivo. No era lo mismo comprar en las grandes plazas de Río de Janeiro, que meterse en la lencería de “La Pulga”, o cruzar a la pulpería de la esquina por dos pesos de recaito, una pizca de mantequilla de barrita y media libra de patas e hígado de pollo. No era lo mismo ver esos galanes metrosexuales en la bahía, que ver motoconchistas, albañiles y tígueres del barrio con el estomago hinchado por causa de la cerveza. Pero ni mucho menos era lo mismo ser una estudiante de medicina en su país, que ser una infiltrada con carnet falso en la facultad de futuros galenos de la PUCMM (universidad de los riquitos y de los que sin serlo presumen serlo).

Era normal que viviendo en mi casa y durmiendo en mi cama saliera embarazada, se antojara a los seis meses de comer huevos de pato hervido, con piña en rodajas y diera a luz de forma natural un dálmata de felpa con el cordón umbilical hecho de una cadena de tiras elásticas de las que usan en los restaurantes chinos, las casas de cambio y en las muñecas de los niños de patio.

Yo lo declare con el nombre de Jerry Dandrigetd Frías, en honor al refinado vampiro de  Fright Night, paranoia de aquellos que añoran 1980 con Tony Montana, sus balas, su cargamento y su verbo obsceno, más el sepelio de Tony Seval, producto de un gusano con apariencia de mujer.

Hablando de mujeres bárbaras, Cecilia y yo fuimos a una cena con música Jazz, sin el pequeño Jerry a la Casa del Tostado (posible manicomio de la urbe), también se repitió en un campo atrasado del norte (cosa rara en las zonas rurales del Cibao). La primera cena se dio chilling, pero en la segunda (la del campo), se volvió loca por un campesino embullado que vio. Cuyo elemento yo había conocido en el nauseabundo mercado popular de San Francisco de Macorís, en compañía de Copa el marido de la tía Yolanda Escolástico.

Cuando llegamos a la capital la guerra no tenía tregua, el pequeño Jerry lloraba pero al escuchar Roller Coaster (la versión clásica, no la de Red Hot Chilli peppers), brincaba lleno de jubilo. Encontré a Cecilia dándose un pase de cocaína en el baño, Yuba y Emilio protagonizaron un breve duelo de machetes por la mujer y no tuve más remedio que enviarla  a Sudamérica.

En los primeros meses mandaba los chelitos para la leche y compota de Jerry, pero con el pasar del tiempo les hizo los papeles y se lo llevo para Brasil. Me he quedado solo en  medio del rancho campestre, pienso en mi hijo aunque fuera anormal y en mi esposa aunque fuera disfuncional. El preludio lo elabore con Zacarías Ferreira y miro los bosques con gran nostalgia, en mi I pod escucho “Suicide Snowman” de Marilyn Manson, termino por cargar el rifle Ak-47 marca soviética y cuando aprieto el gatillo vuelvo a afirmar mi lado masculino con idiosincrasia, con el orgullo de que no fui la Autodominican Lady Di, pero tampoco la tocaya de Cecilia, solo un hombre que muere a la llegada del invierno por Cecilia. 


  

Post-nota: Esta historia fue redactada a principios del año 2008 y participó y ganó el segundo lugar en el concurso de narrativa del portal quieroquemeleas.com a finales de ese mismo año.

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