Por:
David Frías
La
ingenua sociedad dominicana se cuestiona el porqué un comunicador tan refinado
y adinerado como Claudio Nasco se metía en una cabaña a tirarse a esperpentos
marginales cuando reunía toda las condiciones para copular con aquellos
jovencitos de familia pudiente, piel clara y pelito bueno, que se parten
comiendo suchi en los restaurantes tipo Lounge, estudian diseño en Chavón,
toman margarita y escuchan balada pop y de vez en cuando electrónica, cuando se
meten éxtasis o heroína por sus frágiles organismos en medio de un Rave alucinante. Pero la respuesta es
que cuando el moreno le resuelve “ella” lo mantiene.
El
concepto no es nuevo, en la biblia vemos como los aristócratas de las grandes
tribus orientales tenían esclavos y muchos de ellos tomaban a sus siervas
(mujeres sucias, incultas y harapientas) para procrear, al igual tomaban a sus
siervos sujetos ordinarios con una agresividad desbordante producto de los
rigurosos trabajos a que eran sometidos, los cuales atendían las necesidades de
los reyes y sus múltiples esposas y cuando ya no prescindían de sus servicios
los castraban como si fuesen toros para convertirlos en bueyes de mansedumbre a
quienes le otorgaban el degradante nombre de eunucos.
En las
dinastías asiáticas y sistemas de casta existen cuentos eróticos plasmados en
textos antigüos que hablan de los encuentros casuales entre emperadores y
monarcas con los parias o chandalas (la clase más baja). Los feudales gozaban
de excitarse con su mercancía obrera, los inquisidores del Medievo no lo
pensaban dos veces para violar a las supuestas brujas y hechiceros que ellos
quemarían en la hoguera, aún reconociendo que tocar la “carne maldita de la
herejía” podría provocarle siglos de infortunios y mala suerte para su
prosperidad. De igual manera los colonizadores del Nuevo Mundo adoraban el sexo
salvaje con sus esclavos negros e indígenas nativos, tan así que la cagaron
mezclando razas y clases sociales para crear nuevas razas y nuevas clases
sociales.
Ni la
Revolución Francesa ni el llamado Siglo de las Luces escaparon a la
promiscuidad entre la elite y el proletariado, donde a pesar de las libertades
que abogaban por la dignidad humana y sus derechos, los llamados autores
malditos como Baudelaire, Lautréamont y
El Marqués de Sade satanizaban las solidas relaciones sanas hasta convertirlas
en orgías donde el más poderoso tomaba al desposeído como su instrumento
sexual, los poetas cambian a sus ángeles sutiles por demonios lascivos y
bestiales y las damas de la alta sociedad disfrutan su lesbianismo con humildes
chicas provincianas.
En 1991
Disney (en complicidad con Hollywood) tampoco vaciló para transformar el
legendario cuento europeo de La Bella y La Bestia en una producción
cinematográfica dirigida a un público naturalmente infantil, que más que
explotar un aditivo mercado capitalista también reacondicionó las mentes
(especialmente en la tercermundista Latinoamérica) a enaltecer sus intimas
sensaciones con lo más bajo y vulgar, sustituyendo lo tierno y educado. De ahí esa
atracción casi zoofílica por lo bestial, donde lo prejuiciado por la sociedad
media termina convirtiéndose en lo más deseado de la sociedad elevada. Para el
maricón rico no existirá el mismo placer con el muchacho culto, hermoso y
limpio de urbanización, que aquel que siente con el negro o mulato barrial (subestimado
hombre prejuiciado), que no ha leído a Kant (subestimada cultura prejuiciada), fuma
crack o piedra (subestimada recreación prejuiciada) y vive aislado en un barrio
(subestimado escenario prejuiciado).
De
igual forma el maricón rico prefiere al tiguerito que tonifica su cuerpo bailando
salsa, dembow o bachata en un drink que al pajarillo que se sienta a meditar
yoga en un parque ecológico mientras escucha música clásica o instrumental.
Prefiere al vago que juega vitilla o Pitintín (especie de dómino que tiene la
misma modalidad del casino callejero) que al empresario afeminado que juega
golf o ajedrez. Prefiere al plebeyo populacho que se “jarta” de platano
hervido, con un huevo frito y encebollado y hace la digestión con un vaso de
cerveza que al jovencito cursi que come wraps con barras de granola dietética y
toma soda sintética y prefiere al principiante exponente urbano que le canta a
los guetos que al artista famoso que vive de la villa al estadio y del
penthouse al escenario.
La
generación dominicana adora esa atracción hacia el bestialismo, esa condición
que genera un regocijo rústico y de igual manera el resto del mundo, que cuando
viene de turismo reserva su moreno sanky panky, puto o gigoló o su negrita de
batey prosaica chupa vergas o frota tortas. El abuelo siempre contará como se
desvirgó en el campo con la burra salvaje de la casa vecina, el macho alfa o
padrote de la casa siempre gastará lo que le sobre en una cabaña con la
brutalidad de un cuero o un pipero, la señora de la casa siempre pegará cuernos
con el pobre chofer o jardinero sin cultura ni escrúpulos cuya virtud es cargar
consigo una manguera gruesa de ocho o nueve pulgadas. También la hija de papi y
mami universitaria se gastará los chelitos de papito con el tíguere que le da
duro (ripio o trompadas pero le baja duro) y la enseña a esnifar perico y el
jovencito de la casa no vacilará en echarse un polvo con la deforme mucama,
lavandera o cocinera que le falta un diente, vive vociferando obscenidades y
tiene el vientre rajado de hacerse múltiples cesáreas.
Casi la
mayoría al llegar a un puesto alto olvida la frase de Marx que reza que las
clases no se suicidan y aquellos que son ricos de cuna sostienen que un pobre
al año hace daño. Es de esa manera como se convierten en el bello o en la bella
a quien le fascina la bestia, aquel sujeto marginado, desadaptado, patán,
depravado, irracional, soez, inmoral, resentido y prosaico que muchas veces es
un producto de la negación al cambio o de la indiferencia social del sistema y
cuyos instintos rebeldes, rudimentarios y animalizados han sido mercadeados por
las casas editoriales y estudios cinematográficos que nos bombardean con
estereotipos como King Kong, Quasimodo, El Fantasma de la Opera, Frankeinstein,
Fred Flintstone, Mr.Hyde, Hulk, La Máscara, Dracula y Wolverine (James Logan),
entre otros antihéroes que conducen a un mismo personaje que es el reflejo de
la decadencia humana en su vigorosa apariencia al mejor estilo revolucionario
de Aleister Crowley, La Bestia.
Excelente explicación cultural de nuestras apetencias por lo marginal.
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