domingo, 20 de noviembre de 2011

La Feria del Domingo en la Tarde


Por: David Frías (El Barón del Lado Oscuro)

Eran las seis de la mañana al momento en que el alba recibía los antiguos carruajes que salían de aquel enorme barco cenizo que acababa de zarpar en el muelle de San Soucie.

A toda calma se desplazaban hasta formar una extensa caravana que recorría todo el malecón de Santo Domingo junto a la histórica avenida 30 de Mayo bañada por el salitre y el olor a fresco pasto. Concluyeron en la cárcel modelo de Najayo en San Cristóbal donde estacionaron sus vehículos y se desmontaron a instalar una especie de feria carnavalesca en el área libre del pabellón masculino que al parecer su población fue reducida por disposición del procurador de esa región.

Montaban coloridas carpas con letreros que anunciaban lecturas de cartas, quiromancia, subastas de reliquias, juegos de azar y ventas de amuletos, serpientes, comida exótica y ropas de paca. También hacen estallar tres de unos pequeños garbanzos de pólvora que al despedir un vapor azulino se transformaron en carrusel, estrella giratoria y montaña rusa con vagones en forma de dragón.

Aquello era la jornada de un festival gitano que había sido invitado por la Dirección General de Prisiones con el fin de motivar a los internos a conocer los encantos de una cultura errante y nómada que se extendía desde los suburbios de India, hasta los parajes de Lisboa y California.

Las 12 del mediodía y es hora de visitas, están aquellas que son familiares y conmueven los rostros que se llenan de lagrimas y felicidad, están las visitas extras con algún motivo religioso, de prensa o materia encubierta y además las conyugales, que por cierto son muy excitantes. Se abren las puertas de todos los pabellones: reas lésbicas, criminales sentenciados a la podredumbre, menores infractores, ancianos decrépitos y redimidos mutilados salen a probar los rayos del sol que se aíslan entre el moho de los barrotes y, a la vez a comprar en la feria.
Los parientes de los reclusos compartían en ese ambiente comercial, mágico y artesanal que le brindaban los gitanos. Con la sangre de una presa aristócrata que fue apuñaleada en el baño por sus compañeras, se hizo un sirop de frambuesa con arandano que fue usado para crear copos rosados de algodón dulce.

Se oficiaban matrimonios a través de una ceremonia en base al tarot, en la cual se vaticinaba el destino económico de las parejas (usando los cuatro elementos báscios: Tierra, Aire, Agua y Fuego), las llagas causadas por las chinchas y las torturas militares eran borradas con una crema dermatológica hecha con perlas del Mar Muerto, y un condenado tuberculoso beso el estomago de la figura de Buda y recobró todas sus fuerzas vitales hasta reconstruir en pocos segundos un peculiar inodoro subastado que reciclaba la materia fecal hasta convertirla en dólares y burbujas que salían bruscamente disparados por una chimenea conectada a la tubería principal y que en una hora fue usado por más de 800 recluidos.

Detrás de la penitenciaría habían cinco cementerios en orden, el primero era exclusivo para enterrar aquellas figuras de plastilina que resultaban lesionadas en las riñas que se armaban en el salón de manualidades; el segundo era un cementerio judío; el tercero era un panteón enclavado en medio de una fábrica de alisados abandonada, en el cual se almacenaban frescos cadáveres de chimpancés; el cuarto era un camposanto común y corriente donde se sepultaba a toda clase de gente desde el gobierno de Lilís; y, por último el gran cementerio de mascotas de San Cristóbal, célebre e histórico, pues ahí fueron sepultadas las victimas que residían en el zoológico de Moca durante el paso del huracán David en 1979, y también servía como morada final de canarios, palomas electrocutadas , pececillos saturados de hojuelas, perros y gatos atropellados, y, por supuesto una parte fue destinada para los seres deformes que nacían y morían al instante, producto de la zoofilia practicada entre los habitantes de la comunidad y los canes de las esposas de los altos mandos que custodiaban el recinto correccional.

Las damiselas meneaban las cinturas y otras articulaciones al ritmo de los aros y el Bellydance, los trucos mágicos deleitaban a los pequeñines que iban a respirar las inmundicias pecaminosas de sus adultos y unas iguanas a la brasa se vendían como si fuesen un best-seller de Ken Blanchard.




La tarde transcurría entre pasos de arcoíris, cuando un efebo del reformatorio de al lado se introdujo dos mamones entre sus calzoncillos tratando de demostrar su hombría de hurto, no obstante estos se fusionaron con sus testículos haciéndole aparentar una tremenda hernia genital. La gastritis y las E.T.S habían acabado casi con todos, y un joven pillo árabe llamado Aím Macco era de los pocos sobrevivientes que junto a los del bloque de Los Veteranos conformaban la estirpe marginada de Najayo.

El tal Macco aprendió de las clases de magia y telequinesia superior impartida dentro de una carpa por el instituto efímero de ciencias ocultas, y al momento de ir a ducharse la comitiva del preboste deja caer un jabón en el suelo y le ordenan que descienda a recogerlo. Con el poder de la alquimia aprendida aprieta el jabón cerrando el puño, luego lo abre haciendo que miles de polillas salgan volando, de repente cuando uno de los más fuertes lo penetra, su ano se convierte en la boca de una piraña con dientes afilados, y hay papá a llover sangre se ha dicho. Con el agua acumulada que despedía un profundo aroma a cañada se practica un enjuague bucal y después de las gárgaras escupe al suelo y caen cientos de diamantes y pepitas de oro, haciendo que entre codazos y mordisqueos de orejas los demás presos se maten por obtener el apreciado botín.

Macco sale desnudo a vociferar incoherencias en el patio, una protuberancia hemorroidal color escarlata añeja le brillaba por la luz solar, la mala sangre que hizo lo ha dejado ciego, cae hincándose e implorando poderes místicos, cuando engulle la tierra entre sus orejas y transmuta las partículas de vidrios y metales en polvo de bronce con selenio. Sopla fuerte en ambas palmas estirando sus anulares, mientras recibe cada macanazo por parte de un VTP engreído y al mismo tiempo aburrido.

La sustancia química se expande llegando a los cinco cementerios y los muertos salen de sus tumbas gimiendo, aullando, llorando y relinchando. Se arma tremendo pandemonium, quien sabe si peor que la Revolución Francesa o la Guerra de Abril de 1965. Fueron muchos los que se fugaron, un guardia le vuela un seno a una señora por error tratando de defender a la feria con su escopeta, y los zombies asesinan familias enteras para alimentarse de sus órganos.

Los gitanos no tienen más remedio que entrar las carpas y las atracciones dentro de unos pequeños y profundos macutos con olor a talco perfumado. Abordan sus carruajes y llegan al puerto para marcharse en el mismo barco cenizo que los trajo, que al final se desvanece entre una neblina producida por las emanaciones del yodo y los efectos melancólicos del ocaso.

Cuando cae la noche, Macco se arrastra por los sanguinarios pasillos al quedar manco, golpeado y no vidente como resultado de un horrendo pleito. Recordó unas internas que se sometieron al Hara Kiri protestando por cama, comida y mejor trato, de cuyos vientres abiertos les salieron confites envueltos y rosetas de maíz acarameladas, pues entre el charco de vísceras y los hematomas de su torso nunca supieron que varios años de la vida en cautiverio eran más fuertes que una monstruosa escena de terror.



Al día siguiente las casas de alrededor del penal con su estilo similar a un suburbio de Boston guardaban ese matiz de un pueblo fantasma, de la carne que duró varios días o siglos para descomponerse y de leyendas de un antro donde varias féminas fueron acariciadas por otras de su semejanza, donde la pubertad cambio sus pétalos de magnolia por los de cayena tropical, donde el avaro criminal compró su suite para redirigir su nuevo imperio maligno y su príncipe volvió a convertirse en sapo, y por ende donde el cuento tuvo como protagonistas al sexo y a la muerte.



Jodido quedó Najayo ante el lente de los reporteros: una pila de cuerpos hinchados que se desinflaban en el fango; unos monos que como ancestros de la evolución el aditivo conservante les puso la cara más verde que la mota y el alisado les tumbó los vellos como si un camello sagrado les hubiese lamido en su peregrinaje por el Sahara; las demás criaturas “animales” agonizaban por una claridad al technicolor; y en una casa se abre la puerta dando lugar a una silla oxidada, una mesa de mimbre con un mantel curtido y sobre ella un plato de cereal con leche lleno de moscas, y para finalizar una calva muñeca de plástico movía sus pequeñas manos en un pozo de Kepchut liquido pidiéndole ayuda a los investigadores que llegando pisaban brazos y tripas de plastilina que se adherían a sus zapatos, luego de que un gitano les hubiera informado desde el 911 que estuvo asustado cuando un viejo convicto y gordo le eructó encima al bajarse 10 huacales de soda, y en vez de escuchar el desagradable sonido gaseoso lo que oyó fue el graznido de un búho anunciando un mal presagio.

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